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Himmler, el Grial y la checa de la calle Vallmajor

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Aunque parezca sacada de un tebeo (por lo surreal de la situación), la historia de Himmler, el Santo Grial y la checa de la calle Vallmajor es del todo verdadera. Es más, para asegurarme de su veracidad he indagado en la hemeroteca de La Vanguardia donde se explica, con todo detalle, la visita relámpago que hizo a Barcelona el 23 de octubre de 1940.

Heinrich Himmler, el jefe supremo de la Policía del Reich, quería encontrar el Grial y estaba empecinado en que se escondía en Montserrat. La ópera de Wagner que adaptaba Parsifal(de Escherbach) lo situaba en la montaña de Montsalvat y Himmler creía que ese era el nombre falso de Montserrat. Por eso viajó a  Barcelona, acompañado de todo su séquito.

Nada más aterrizar en el aeropuerto del Prat fue recibido (con toda la parafernalia) por las autoridades locales ante el obelisco (actualmente desaparecido) erigido en memoria de un aviador alemán que se estrelló en ese aeropuerto el día en que ejército franquista entraba en la ciudad.


Luego, tras realizar un tour express por Barcelona, que incluía una visita al Poble Espanyol  (para ver una actuación de bailes folclóricos) y una comida en el Ritz (donde se alojó y le robaron la cartera), se marchó con la comitiva a Montserrat esperando descubrir el escondite de  la copa sagrada aunque lo único que halló fue un monje malhumorado que apenas le prestó atención. Dice la leyenda que Himmler acabó solo, buscando el Grial entre los matorrales y que se fue sin encontrar nada de nada. El alcalde lo esperaba en el Ayuntamiento para celebrar una cena en su honor. Allí, mientras comían y bebían, le hablaron de la checa de la calle Vallmajor. Una celda de apenas dos metros cuadrados  ubicada en el convento de las madres Agustinas, que luego fue utilizado como centro de tortura y reclusión donde los comunistas encerraban a los sospechosos de simpatizar con el régimen franquista.


La celda en sí (y también la de la checa de la calle Saragossa)   fue diseñada por Alfonso Laurencic por encargo del jefe del Servicio de Inteligencia Militar (SIM). Pensada para ser un lugar de tortura psicológica más que física, tenía el suelo lleno de ladrillos (para dificultar caminar), las paredes pintadas al más puro estilo Mondrian y un metrónomo en funcionamiento con un ruido ensordecedor. Además, la cama era de cemento y estaba medio inclinada. Todo esto a Himmler le pareció fascinante. Tanto, que quiso verla en persona. Y eso es lo que hicieron, a las tres de la madrugada, una vez terminada la cena. Momento que fue inmortalizado por Pérez de Rozas  en esta fotografía.


Al día siguiente, a las 10,30 de la mañana, el Reichsführer y sus acompañantes tomaban un avión rumbo a Berlín.





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